El CIC y los ciudadanos agradecemos a Mariana por su valentía al compartir su testimonio. Invitamos a toda la comunidad a unirse a la red de confianza 100% ciudadana y acudir al CIC en caso de requerir su apoyo.
TESTIMONIO
Junio de 2012
Una mujer joven, de clase media, trabajadora, de buenos sentimientos y valores arraigados, se detiene en el autoservicio de una tienda de conveniencia a comprar unos cigarros para cuando pudiera tomarse un descanso en su trabajo como médico.
“JAMÁS olvidaré ese día… mi nombre es Mariana y soy víctima de secuestro.
Desde el día en que nací hasta un día antes de mi secuestro, había vivido segura, bajo la protección de mis amorosos padres. Tengo muy buenos recuerdos de mi niñez, tuve una adolescencia “normal”, con las altas y bajas propias de la edad, a los 19 años entré a la carrera de medicina, la cual estuvo llena de esfuerzos y retos, pero finalmente con una gran recompensa al recibir mi título profesional. Hasta hace 43 días yo pensaba que el mundo era diferente, que a las personas buenas nos pasaban cosas buenas. Como todo ser humano, a lo largo de mis 27 años, había tenido que enfrentar diferentes pruebas, algunas muy difíciles pero ninguna como mi secuestro.
Estando en el autoservicio del Oxxo, veo una camioneta que se estaciona frente a mí a unos 10 metros de distancia, se baja un hombre de aproximadamente 30 años, armado y que se aproximaba. En ese momento, en cuestión de milésimas de segundo tuve que tomar una decisión, acelerar, atropellar al hombre y escapar o quedarme ahí, pues no sabía cuantas personas más venían en la camioneta y si traían armas y de qué tipo.
Decidí quedarme y el hombre se acercó a mi ventana y encañonándome me pidió que me cambiara al asiento del pasajero. Obviamente, por instinto opuse resistencia, diciéndole que se llevara la camioneta pero que me dejara bajar de ella, a lo que él se negó, por lo que accedí a hacer lo que me pedía.
Después de un trayecto de 10 minutos y varias llamadas entre los secuestradores, llegamos a un punto donde me cambiaron de carro y me pidieron que bajara la vista. Tras un trayecto de 30 minutos aproximadamente, llegamos a una casa de seguridad, donde inmediatamente me vendaron los ojos y me sentaron en un colchón en el piso.
El argumento de los secuestradores para tenerme cautiva era que tenían que esperar a que llegara el “comandante” y se asegurara de que no me habían hecho daño físico y posteriormente me devolverían mi libertad. Al llegar el “jefe” de la banda me empezó a cuestionar sobre mi vida, mi oficio, mi familia, revisaron mis bolsas en las cuales traía objetos personales y artículos necesarios para mi trabajo. Después de una conversación entre el “jefe” y yo y decirme con todas sus letras que estaba secuestrada, vino el momento más difícil de mi cautiverio: decir el nombre de mi padre a quien le pedirían un rescate económico a cambio de mi vida.
Durante el tiempo que estuve en la casa de seguridad, las personas que se encontraban custodiándome, me trataron con respeto, sin daños físicos pero con una gran presión psicológica. Gracias a mi experiencia en la vida y mi profesión, mantuve la calma todo el tiempo. Y desde primer minuto, me puse la meta de salir viva de ahí, sin importar las condiciones físicas o psicológicas.
Para mi familia y para mí, fueron las horas más largas de nuestras vidas. Finalmente poco antes de anochecer me quitan la venda de los ojos pidiéndome que los mantuviera cerrados porque había llegado el momento de dejarme en libertad. Volvimos al mismo carro en el que llegamos y me hicieron bajarme de él en medio de una carretera, donde estaba mi camioneta la cual me llevaría de regreso con la gente que tenía tiempo esperándome.
Al empezar a manejar me di cuenta que estaba en medio de una carretera desconocida para mi, con la reserva de gasolina y ninguna gasolinera a la vista. Finalmente y tras varios obstáculos como una caseta de cobro, una gasolinera con largas filas, etc., pasé, por azares del destino, por la casa de un gran amigo de mi padre y me detuve en ella para pedir ayuda, pues sentía la necesidad de hablar con mi familia y comunicarles mi libertad. Después de un rato, llegaron mi padre y mi hermano, al llegar a mi casa estaba mi madre esperándome, ese reencuentro se quedará en mi memoria para siempre.
Por obvias razones, al día siguiente me fue imposible ir a trabajar o realizar alguna otra actividad, estaba en estado de shock. A los dos días de mi regreso a casa, mis padres y yo acudimos al CIC, para recibir ayuda psicológica. Tuvimos una sesión de grupo, con el Lic. Guillermo Rocha donde hablamos del suceso. Posteriormente mi familia y yo hemos tenido sesiones individuales, las cuales han sido indispensables para nuestra recuperación.
Al principio y nadie en el CIC me dejará mentir, yo era un “ente”, un zombie, un “trapo” (término que he utilizado varias veces en las diferentes sesiones con Memo), así me sentía, lo único que hacía por mi, era bañarme, no comía, no me arreglaba, en resumen, no me importaba mi aspecto físico, estaba devastada. Devastada pero bloqueada, no sentía nada…
En el CIC, Memo me decía que era algo normal, esperado, que el proceso es un duelo, el cual lleva sus partes y sus tiempos.
Al principio no salía de mi casa más que para ir al CIC, debo confesar que a veces sin ganas de hacerlo, pero con el pensamiento de que era necesario; que tener mi terapia, me llevaría a mi recuperación.
Las primeras dos semanas después del secuestro las sesiones eran cada 2 ó 3 días, pues en el CIC, se comprometen con el paciente y le dan un seguimiento muy de cerca.
Como buena doctora, soy mala paciente, así que al principio cuestionaba mucho a Memo de cual era el plan a seguir, digamos, mi plan de tratamiento y él sólo respondía que me dejara atender, que el tiempo iría marcando la pauta, pero que sobretodo confiara en el CIC y así lo hice.
El personal del CIC tuvo que ver mi actitud depresiva varias veces, pero ellos siempre con una sonrisa y una actitud de respeto, siempre con un trato digno y hasta cariñoso.
Primero me sentía renuente ante la terapia, pensaba que nunca lo iba a superar, que nunca iba a volver a ser la misma, que la amargura me iba a consumir. Memo me fue poniendo tareas, lo primero que me dijo fue que no pensara en lo que hubiera podido suceder, sino simplemente en lo que sucedió. Que tratara de ocuparme en otras cosas, que me levantara de la cama y no voy a negar que al principio no lo lograba, pero con la ayuda del CIC, específicamente de Memo, me fui levantando, literalmente.
Durante tres semanas posteriores a mi secuestro, bloquee mis emociones, no lloraba, aunque sentía la necesidad de hacerlo, no expresaba nada. Una noche, en la soledad de mi habitación, empezaron a brotar las lágrimas, los gritos, el dolor por fin empezó a salir. Fueron tres horas de llorar intensamente, pero a la vez con un sentimiento muy reconfortante. Al hablar de esto en mi sesión posterior, Memo estaba muy contento pues me explicaba que íbamos avanzando.
La siguiente tarea que me puso, por trivial que parezca, fue ir al salón de belleza, pues es bien sabido que esos lugares a las mujeres nos levantan el ánimo, insistió e insistió por varias sesiones hasta que por fin lo hice.
Al cumplir un mes exactamente de mi secuestro, llegue al CIC con nuevo “look”, un vestido, maquillaje, pero sobretodo, una mejor actitud. Desde el principio de la terapia yo me puse la meta de recuperarme en un mes y según yo, lo había logrado.
Ahí no acaba la historia, pues como menciono, pensaba y sentía que ya me podían dar de alta del CIC, pues era evidente la mejoría, seguía recordando el secuestro, pero ya no me afectaba tanto, ya salía un poco a casa de algunos amigos o familiares, etc.
Memo me dijo que había que darle seguimiento, pues era muy pronto para darme de alta, que aún podía tener algún “bajón” y era importante que continuara yendo al CIC. ¡Y que razón tenía Memo! De verdad que son profesionales y saben lo que hacen. Pues los mencionados “bajones” han sucedido, sobretodo en las noches, tengo pesadillas, me despierto durante la noche, lloro… digamos que estoy empezando a asimilar lo que me sucedió.
Al día de hoy, puedo decir que soy una Mariana mejorada, todavía en recuperación pero más fuerte, más valiente, más independiente, más madura. El proceso aun no acaba y probablemente yo necesite del CIC por algún tiempo y después de mi vendrán otros.
De hecho, desde mi primera sesión, aún y cuando no tenía idea de lo que pasaba, le comenté a Memo que una vez recuperada, me encantaría formar parte del CIC, ser testimonio, pero a la vez tratar pacientes, teniendo la ventaja de que soy médico, me dedico a la salud, tengo licencia para recetar medicamentos y a la vez creo que podría funcionar que algunos pacientes fueran tratados por alguien que vivió lo mismo que ellos. Además tengo una responsabilidad moral con la sociedad y una “deuda” con el CIC que tanto nos ha ayudado.
Además, gracias al CIC no sólo yo pude regresar a mi trabajo y cumplir con él en un tiempo razonable, sino que también el excepcional apoyo que el CIC le dio a mis padres y a mi hermano los ayudó para restablecerse rápidamente y recuperar sus actividades, además de seguirme apoyando en mi recuperación.
Las estadísticas mencionan que el 90% del éxito del tratamiento en cualquier padecimiento depende de la relación médico-paciente. Estoy siendo atendida por una gran asociación y un excelente terapeuta, a los que siempre les estaré agradecida. Se que mucho tuvo que ver mi esfuerzo por hacer las cosas, pero sin el CIC, yo seguiría siendo aquel “trapo” que era hace 43 días.
No tengo manera de expresar mi gratitud al CIC por lo que han hecho por mi, por mi familia y por lo que seguramente harán por muchos más”.
- Mariana